Dinero bajo la #sotana
- Onel Ortíz Fragoso

- 7 may
- 5 Min. de lectura
La muerte del Papa Francisco ha abierto, una vez más, la caja de Pandora del poder en El Vaticano. No solo se trata de elegir al próximo guía espiritual de más de mil millones de católicos en el mundo, sino de designar al administrador supremo de un emporio financiero cuyo funcionamiento real, aunque maquillado de espiritualidad, se rige por los mismos principios del capital global. Si la Iglesia Católica fuera una empresa, El Vaticano sería su holding. Y el Papa, su director.
Durante su pontificado, Jorge Mario Bergoglio intentó, con diversas resistencias internas, romper con el legado de opacidad financiera que arrastraba la Santa Sede. Impulsó medidas de austeridad, redujo salarios de cardenales y cardenales eméritos, puso bajo auditoría algunas finanzas del Instituto para las Obras de Religión (IOR, también llamado Banco Vaticano), y promovió un discurso de iglesia pobre para los pobres. Pero el déficit presupuestal de 83 millones de euros registrado en 2023 nos recuerda que la realidad de los números va por otro carril. Francisco intentó reformar la estructura sin demoler el edificio. Y ahora que ha muerto, sus reformas están bajo el riesgo de ser desmontadas con la misma discreción con la que el incienso cubre las bóvedas del Vaticano.
Espiritualidad, sí. Pero también propiedades, bancos y escuelas. El Vaticano no se sostiene con oraciones. En 2023, sus ingresos alcanzaron aproximadamente 770 millones de euros. El 65% de esa cifra provino de rentas inmobiliarias y servicios educativos y de salud: colegios católicos, universidades pontificias, hospitales confesionales, muchos de ellos con presencia en países con alta densidad católica como Italia, Filipinas, México y otro 24% correspondió a donaciones, de las cuales un 6% fueron parte del Óbolo de San Pedro, la colecta mundial que, supuestamente, financia las obras sociales del Papa.
El Banco Vaticano, una entidad que administra más de 5,400 millones de euros en activos, registró ganancias por 30 millones en ese mismo año. Sin embargo, el fondo de pensiones del Vaticano sigue en déficit estructural. La crisis no es solo espiritual: también lo es financiera. Las finanzas de la Iglesia muestran una tensión constante entre su discurso de pobreza evangélica y la administración de un portafolio millonario. La pregunta es: ¿cómo reconciliar a San Mateo con los balances del Deutsche Bank?
En el cónclave que definirá al nuevo Papa, no solo se discutirá la línea pastoral o la orientación doctrinal del nuevo pontífice. También se debatirá su perfil como administrador. Los cardenales, sabedores de que la fe sin solvencia no paga facturas, tienen claro que se requiere a alguien capaz de sostener –y quizá expandir– la maquinaria económica de la Santa Sede. Las reformas de Francisco, incluyeron auditorías internas y mayores controles financieros, no fueron bien recibidas por muchos sectores curiales. Algunos las vieron como un intento de desnudar las cuentas que durante siglos se manejaron a puerta cerrada y entre sotanas.
Es inevitable el paralelismo con cualquier gran empresa familiar: cuando muere el patriarca reformador, los herederos se debaten entre continuar sus medidas o regresar a los antiguos privilegios. El próximo Papa tendrá que decidir si hereda el legado de Francisco o lo sepulta con él. Porque las reformas son reversibles. Y el dinero, como se sabe, encuentra su camino incluso en los pasillos de San Pedro.
México, uno de los países con mayor número de católicos en el mundo, representa un nodo clave en esta red financiera global. Sin embargo, a diferencia del Vaticano, la transparencia financiera de la Iglesia en territorio mexicano sigue siendo más un acto de fe que de fiscalización. No existen cifras oficiales sobre cuánto dinero se recauda en limosnas. Y, sin embargo, todos sabemos que el negocio es millonario.
Desde enero de 2020, la Arquidiócesis Primada de México implementó cuotas fijas que los sacerdotes deben entregar mensualmente, según el tamaño y ubicación de su parroquia. Van desde mil hasta 40 mil pesos mensuales. Es decir: las limosnas no son libres; son obligatorias. No se trata solo de caridad espontánea del feligrés, sino de un sistema con metas mensuales. Quien no cumpla con la cuota establecida, incurre en responsabilidad administrativa ante la autoridad eclesiástica. Así como cualquier franquicia.
Este sistema, aunque encubierto con el lenguaje de la supervisión pastoral, replica lógicas empresariales. Las parroquias compiten por fieles; las misas de domingo se convierten en escenarios de recaudación y los sacerdotes, en operadores financieros que deben equilibrar gastos, ingresos, mantenimiento de templos, y transferencias mensuales. ¿Devoción o recaudación? La frontera se vuelve difusa.
Desde hace algunos años, el Servicio de Administración Tributaria (SAT) en México exige que las asociaciones religiosas lleven contabilidad detallada, emitan facturas electrónicas y reporten donaciones. En papel, es un avance. En la práctica, los mecanismos de fiscalización siguen siendo débiles. La opacidad es el rezo silencioso que cubre muchos de estos ingresos. No hay estimaciones oficiales sobre lo que se recauda en todo el país. Las cifras varían según parroquias, zonas geográficas y niveles socioeconómicos.
Un cálculo conservador indica que una parroquia de clase media en la Ciudad de México podría recaudar entre 10 mil y 50 mil pesos semanales. Multiplicado por cuatro semanas y por miles de parroquias, el negocio es redondo. Eso sin contar bodas, bautizos, primeras comuniones y funerales, que también implican cuotas que, aunque no se llaman precios, deben cubrirse religiosamente.
El problema central no es que la Iglesia Católica tenga ingresos. Ni siquiera que administre propiedades o bancos. El problema es la falta de mecanismos públicos que permitan saber cómo y en qué se gasta lo que se recauda. ¿Cuántos de esos millones se destinan a proyectos comunitarios? ¿Cuánto se gasta en manutención de clérigos, viajes, o remodelación de templos históricos? ¿Dónde está el órgano ciudadano –independiente y con dientes– que vigile estas finanzas?
La elección del próximo Papa debería ser una oportunidad para transparentar de una vez por todas los ingresos de la Iglesia. Si quiere predicar con el ejemplo, debe abrir sus libros contables. No se puede hablar de valores evangélicos mientras se manejan millones sin control ni rendición de cuentas. Y en el caso mexicano, urge que el gobierno fortalezca los mecanismos de fiscalización a todas las asociaciones religiosas sin distinción. La fe no puede ser pretexto para la evasión fiscal.
La muerte del Papa Francisco deja un vacío no solo espiritual, sino político y financiero. El próximo pontífice no será solo un líder religioso, sino el director de una de las estructuras económicas más antiguas y complejas del planeta. En un momento en que el mundo exige transparencia, ética pública y responsabilidad social, El Vaticano no puede seguir escondiendo los números debajo del altar.
En México, mientras tanto, la Iglesia Católica debería tomar nota: la rendición de cuentas no es un ataque a la fe, sino una prueba de su autenticidad. Si el púlpito exige honestidad, debe comenzar por practicarla. Porque el dinero bajo la sotana, cuando no se vigila, termina por ensuciar incluso las vestiduras más sagradas. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.
Por Onel Ortíz Fragoso
@onelortiz




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