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La izquierda y el capitalismo

  • Foto del escritor: Efrain Delgadillo
    Efrain Delgadillo
  • 17 ene
  • 2 Min. de lectura

Nada más natural y explicable que la izquierda se oponga al capitalismo, el sistema económico que más riqueza ha producido en la historia humana y peor la ha distribuido. Sostenido en la libre competencia de sus actores, el capitalismo acelera la revolución científico tecnológica en forma más sostenida, diversificada y sostenible que cualquier otro modo de producción, pero carece de mecanismos automáticos para distribuir la riqueza con equidad. Por el contrario: en automático la distribuye con inequidad. Nacida para crear una sociedad equitativa, resulta natural que la izquierda se proclame enemiga del capitalismo y luche por instalar un modo de producción justo. El problema radica en que la propia izquierda se ha revelado incapaz de instalar un sistema económico equitativo donde gobierna. Lejos de ese propósito, con frecuencia ha encarrilado a las naciones a una estación de miseria y opresión lamentables. No siempre ha cometido ese error que agravia a millones de personas. En ocasiones ha llevado buenos gobiernos. Pero nunca cuando se propone derrotar al capitalismo, pues no lo derrota y, en cambio, instala sistemas económicos más injustos y miserables que el capitalismo mismo. Seamos honestos: quienes invitan a derrotar al capitalismo e instaurar un sistema basado en la equidad engañan a la gente: no derrotan al capitalismo e instauran un sistema que solo beneficia a sus socios y familiares, como en México, Venezuela y Cuba.

 

El capitalismo y la revolución científico tecnológicos se hermanan en procesos que resulta necesario controlar y aprovechar en favor de la mayor parte posible de seres humanos, pero que resulta contraproducente intentarlos derrotar. Acabar con ellos no solo se impone como una empresa poco realista, sino como una trampa que arroja peores injusticias e inequidades que las que había que combatir. Como ambos dejan a la mayor parte de la población al margen de sus beneficios, resulta necesario democratizar tanto al capitalismo como al desarrollo tecnológico, esto es, introducir políticas y mecanismos que expandan sus beneficios a las mayorías antes que, inútil y engañosamente, hacerles frente. La izquierda comprende que bajo el esquema de la igualdad de oportunidades tanto el capitalismo como el desarrollo tecnológico no cesan de producir desigualdades inaceptables en la distribución de sus beneficios, por lo que le corresponde proponer y aplicar medidas que vayan más allá de ese concepto, pero sin engañar a la gente. Queda claro que las dictaduras populistas no derrotan al capitalismo ni al desarrollo tecnológico –al que, por lo demás, no se antoja razonable quererlo derrotar-, pero también queda claro, en honor a la verdad, que, lejos de disminuirlas, amplían las desigualdades y las injusticias, no se diga la corrupción y el patrimonialismo. De modo que cabe preguntarse si somos o no somos.   

  

 

 

 


 
 
 

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